29 noviembre 2016

Cosas que pasan, me pasan, nos pasan.

Hace más de un año tengo la misma cantidad de amigos en Facebook.

Tengo una extraña afición por cortar las noticias con faltas de ortografía que salen en el periódico todos los domingos, digo domingos porque es el día donde más noticias salen y más apresurados estarían todos en la sala de redacción el día anterior.

No sé manejar un carro de marchas y no creo que vaya a aprender nunca porque no conozco a nadie que lo haga y eso, en cierta parte, me hace sentir triste, es como usar una cámara en automático, no podés decir que sabés usar una cámara si lo hacés en automático, no podés decir que sabés manejar si solo lo hacés en automático.

No le tengo miedo a las alturas, pero cuando estoy en algún lugar muy alto con alguien que sí les tiene miedo, inmediatamente siento miedo, siento que esa persona me puede empujar y acabar con mi vida en el tiempo que dure en llegar al piso.

Escucho música triste para sentirme bien, pero igualmente sigo sintiéndome triste, así que no me ayuda en nada, de igual forma lo hago. Tengo que dejar de hacerlo.

A mis amigas nunca les cuento sobre nadie que me gusta, porque creo que si les cuento van a contaminar el panorama y me van a hacer tomar decisiones que yo nunca hubiera resuelto. Les cuento a veces sobre algunas cosas e invento otras solo para no sentirme tan mal cuando la respuesta no me conviene.

Cada vez que alguna canción me recuerda a alguien y ya no hablamos, dejo de escucharla hasta que ya no sienta nada y se vuelva a convertir en mi canción favorita.

Hay una canción que guardé para ponerla el día en que me case, no sé si me voy a casar, no sé si quiero, en el fondo creo que sí, pero la gente que se casa me da miedo porque se vuelve uno solo con el otro y me da mucho miedo convertirme en algún idiota sin personalidad que dice que me quiere, pero a los dos años me es infiel con su nueva instructora de yoga, además no quiero casarme con alguien que quiera hacer yoga.  La canción no se la digo a nadie que me guste, porque por alguna razón siento que pueden apoderarse de ella. Es una gran canción.

Me asusta la gente y lo comprometida que es con muchísimas cosas, en cambio yo, no tengo compromiso alguno con nada más que lo que pueda interesarme en el momento.

Nunca aprendí a tocar un instrumento, no sé más de tres idiomas, me cuesta muchísimo concentrarme, nunca me aprendo la letra de las canciones, canto mal, hablo rápido,  a veces creo que soy disléxica y al pensarlo me asusto, pero luego se me olvida hasta nuevo aviso. También creo que tengo un sin fin de muletillas, decir tu nombre es una de ellas.

Te mencioné esporádicamente en una conversación.

Me enamoro al menos dos veces a la semana de los perros que veo en la calle.

No entiendo de fútbol.

Hace más de tres meses dejé de revisar mi correo y siento que debo de tener miles de suscripciones a las miles de cosas que me suscribí y nunca más volví.

No tengo muchas amigas porque creo que  las mujeres me dan miedo, me intimidan. Me gustaría que hubiesen más mujeres como yo.

No entiendo nada de amor y tampoco sé si amé realmente alguna vez,  pero me gusta creer que sí porque lo que siento cuando me gusta alguien es increíble tanto así que me gustaría que fuese tangible y  poder guardar ese sentimiento en uno de los cajones de mi escritorio y que nunca se pierda, nunca perderte.

Me asusta la idea de llegar a morir sola, por eso a veces pienso en tener hijos, no es solo por esa razón que quiero tenerlos, pero creo que sería lindo no morir solo.

A veces te extraño cuando llego a mi casa y la soledad me invade porque se mezcla con el silencio tajante de la habitación vacía.

Me pasa que nunca conservo nada de mis relaciones pasadas. He botado lapiceros, cartas, ropa, camisas de equipos de fútbol que nunca seguí, libretas, he botado tantas cosas de las que, tiempo después, creo que me arrepiento de haber desechado.

A veces nos extraño mucho. Tanto que son esos días en los que me gustaría sacar ese amor tangible del que hablo, el que me hubiese gustado guardar en un cajón de mi escritorio, sacarlo, pegarlo a mi pecho y que me caliente un poquito para poder dormir.

Me quedé muchas veces esperando un mensaje que no llegó.

A veces pienso muchísimo en todo y a veces no pienso en nada y es cuando repentinamente te cruzás por mi cabeza y me hacés preguntarme ¿Qué estarás haciendo? Te imagino concentrado haciendo lo tuyo, feliz en parte, triste por otro lado, me extrañás y te preguntás que qué estaré haciendo yo, en mi cabeza te respondo, te digo que pienso en vos.

Todos los días por mucho tiempo pensé en vos, un ratito eso sí.

Me hubiese gustado que adoptáramos dos gatos y llamarlos Jimmy y Kimmel.

Nunca termino una serie. Me cuesta aceptar el proceso de que algo termina y saber que una serie llega a su final de temporada y que voy a pasarme un año esperándola me provoca tristeza o angustia o ambas cosas en niveles muy bajos.

No soporto el tatuaje que tenés en el antebrazo derecho.

Te dije que te extrañaba al menos mil veces de las cuales la mayoría eran ciertas y las otras simplemente era la idealización genuina que me provocabas cuando me veías y sonreías.

Estamos lejos ahora. Yo encerrada en este monoambiente de no más de 45 metros cuadrados, una cocina vieja, un poster de Han Solo arriba de la mesita de noche, dos tazas para café y una calefacción que hace todo menos calentarme en este invierno frío. ¿Por qué no estás acá?






08 noviembre 2016

Puta, cuando ya estés superadísimo voy a escribir maravillas sobre vos. 

01 noviembre 2016